Saulo era un soldado arrogante perseguidor de los cristianos, celoso fariseo que no habiendo comprendido la doctrina de Cristo, tenía a los cristianos por unos herejes que había que exterminar.
Así, se encaminó a Damasco para traer presos a Jerusalén a todos los seguidores de Cristo que pudiera encontrar. Llevando recorridos unos doscientos kilómetros, ya cerca de la ciudad, un rayo cayó a sus pies envolviéndolo con su resplandor. El caballo, asustado, lo tiró por tierra mientras oía una tremenda voz que le decía: “¡Saulo!, ¡Saulo!, ¿por qué me persigues?”. Él oyó la voz, pero sus ojos no veían nada pues el resplandor le había dejado ciego.
Saulo le preguntó: “¿Quién eres tú?” Y el señor le dijo: “Yo soy Jesús, a quién tú persigues, dura cosa es para ti el dar coces contra el aguijón”. Saulo permaneció ciego varios días y milagrosamente recuperó la vista con los cuidados de la comunidad cristiana a la que pensaba detener.
Caravaggio nos cuenta esta historia de una manera completamente diferente, a como el propio Saulo la describe. La escena parece tener lugar en un establo, dadas las asfixiantes dimensiones del marco. El caballo es un percherón robusto y zafio, inadecuado para el joven soldado que se supone era Saulo. Y para rematar las paradojas, el ambiente es nocturno y no el del mediodía.
De San Pablo mismo sabemos que nació en Tarso, en Cilicia , de un padre que era ciudadano romano, pero perteneciente a la tribu de Benjamín y por eso se le dio el nombre de Saúl (o Saulo) que era común en esta tribu, en memoria del primer rey de los judíos. En tanto que ciudadano romano también llevaba el nombre latino de Pablo (Paulo). Para los judíos de aquel tiempo era bastante usual tener dos nombres, uno hebreo y otro latino o griego.
Desde ese momento, Pablo, se convirtió y predicó por todo el mundo conocido, incluida España, la doctrina de Jesús con el mismo afán con el que antes la había perseguido.
Son famosas sus “epístolas”, cartas dirigidas a diversas iglesias y personalidades, en ellas relata una teológica siempre precisa y nunca vacilante.
Cuando un pelotón de soldados romanos crucificaba a San Pedro en Roma, otro apresaba a Pablo, sólo el privilegio de ser ciudadano romano, le impidió morir en la cruz, y su cabeza rodó por el suelo al filo de la espada del verdugo.
Es considerado el fundador de la iglesia actual.
Los romanos iban incorporando a su ejército los caballos de los territorios que iban conquistando. Sabemos que con la conquista de Hispania incorporaron caballos iberos, al igual que iberos eran sus jinetes. Por lo tanto, pese a lo representado por Caravaggio, el caballo que montaba Saulo debía ser un ejemplar de caballo árabe.
Los caballos árabes son la raza más antigua del mundo. Se han encontrado videncias arqueológicas de hace 4.500 años de unos caballos muy similares a los árabes modernos. De hecho, se cree que desde hace más mil años, estos caballos han permanecido sin apenas cambios. El árabe es el rey de los caballos ligeros y ha formado parte de la mejora de las más importantes razas equinas de esta clase al añadir velocidad, refinamiento, resistencia y buena estructura ósea. Hoy día, las líneas árabes se pueden encontrar en casi cada raza moderna de caballos para montar.
Los caballos árabes se desarrollaron en un clima desértico y eran valorados por los nómadas beduinos, quienes frecuentemente los alojaban dentro de sus tiendas para cubrirlos y protegerlos. Esta relación cercana con los humanos creó una raza de caballo con buena disposición, rápido para aprender, y dispuesto a complacer. Pero el caballo árabe también desarrolló el carácter fuerte y el estado alerta necesario en un caballo usado para los asaltos de las guerras. Podemos decir que los caballos árabes actuales deben su reputación a su inteligencia, carácter fuerte y resistencia sobresaliente.
Con una cabeza característica en forma de cuña y bien refinada, frente amplia, ojos grandes, fosas nasales grandes y hocicos pequeños y la cola siempre en alto.
Es posible que estos caballos se hayan expandido con los fenicios al norte de África, la Península Ibérica y algunas islas del Mediterráneo. Más tarde, durante la época de esplendor y conquista musulmana, este equino llegó a tierras bereberes, españolas e incluso francesas. La elegancia del árabe llegó por fin al continente europeo, legando su hermosura a numerosas razas autóctonas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario