sábado, 23 de julio de 2011

Napoleón

Óleo sobre lienzo de Jacques Louis David

Napoleón y Luis Candela, famoso bandolero madrileño, en la parte inferior de la lengua tenían una marca extraña, una especie de aspa diminuta de color y aspecto nacarado. Se llama “SIGNUM DIAVOLI” y los niños que la tienen, según se dice, están predestinados a “grandes hazañas”.

Napoleón nació hijo ilegítimo, lo que habría tronchado sus aspiraciones, no de haber falsificado su padre un acta matrimonial que lo unía legalmente a su madre. De todos es conocido la fulgurante trayectoria de este corso, pero lo que apenas se sabe, es que también pasó a la historia como uno de los hombres que más cruelmente se portó con los equinos y que era un pésimo jinete, entre otras cosas, debido a un físico poco adecuado para la equitación, a saber: baja estatura 160cm a165cm, un torso prominente y piernas cortas. Sus caídas fueron frecuentes y muchas están documentadas.

Constant, su ayudante de cámara, dice en sus memorias que los caballos del emperador eran mansos, y entrenados para soportar toda clase de molestias.

Sus caballos preferidos eran árabes importados de Egipto, los bávaros (animales colosales que lo hacían ver demasiado pequeño) y los rusos. También sabemos que a Napoleón gustaba de dar nombres mitológicos a sus caballos.

Aunque el caballo fue indispensable en sus campañas bélicas, Napoleón no consideraba esencial tratarlos bien. Los alimentaba mal, casi nunca los aseaba y estaba permitido el azotarlos. Era una burla de la época decir que a la caballería francesa la anunciaba el tufo de sus caballos mucho antes de que apareciese en el campo de batalla.

Durante la campaña de Moscú, la mayor parte de las tropas francesas perecieron. Pero también murieron sus caballos a causa del frío, del hambre o simplemente comidos por los soldados.

MARENGO, fue el corcel más conocido del emperador, el más conocido pero no el único, ya que contaba con ciento treinta caballos para su uso personal. Marengo era un caballo de constitución férrea, veloz y manejable que no se alteraba en le fragor de la batalla. Tiene fama de haber sido blanco, aunque otros afirman que era gris. Fue herido ocho veces en toda su vida y finalmente, después de Waterloo, los ingleses se apoderaron de él. Se cree que su esqueleto fue llevado al Nacional Army Museum en Sandhurst y sus pezuñas convertidas en cajitas de tabaco para elegantes señores.

Para su destierro en Santa Elena, Napoleón sólo fue autorizado a llevarse un caballo, el Vizir, mientras que se había llevado ocho a Elba. Con él, realizó diariamente cabalgadas por Longwood, pero pronto esta distracción también le fue prohibida. Su cólera estalló en esta frase dirigida al cirujano inglés Arnott: “Me habéis encerrado entre cuatro paredes con un aire malsano, ¡A mí, que he recorrido a caballo toda Europa!

"Nunca sabréis quiénes son vuestros amigos hasta que caigáis en desgracia."Napoleón Bonaparte

En la imagen superior, se representa a Napoleón cruzando Los Alpes sobre el caballo “El Jornalero”, un pura sangre árabe de origen español que le regaló el rey Carlos IV, pero en realidad cruzó los Alpes montado en un burro.

En las guerras antiguas la caballería era un arma formidable y, el caballo del caudillo tenía una importancia extraordinaria. La caballería de este periodo se suele dividir en pesada y ligera. La pesada montaba grandes caballos, a veces con protecciones en la parte frontal del animal, armada con espada o lanza; estaba pensada para lanzarse de frente contra la infantería, provocando con el peso e ímpetu de su carga brechas en las líneas para luego dispersar y exterminar a los infantes. La caballería ligera montaba caballos rápidos y más pequeños, e iba armada generalmente con sable; estaba pensada para la exploración, hostigamiento del enemigo y persecución en fuga.

El declive de la caballería se acentúa durante la segunda mitad del siglo XIX, los fusiles cuadruplican su alcance y puntería, masacrando a la caballería en sus cargas. Con la aparición de las armas de repetición parece revivir la caballería y, durante la Guerra de Secesión norteamericana, la caballería de ambos bandos va armada, cada jinete, con un rifle y varios revólveres, que descargan a una distancia segura. Además, las potencias coloniales mantienen importantes fuerzas de caballería en sus colonias para favorecer la movilidad de sus fuerzas. En la práctica, la carga frontal contra la infantería cuando se encuentra en posición de combate, se convierte en un acto suicida.

La aparición de la ametralladora a finales del siglo XIX da el puntillazo definitivo a la caballería. A pesar de todo, en la primera, e incluso, en la Segunda Guerra Mundial se utilizaron unidades de caballería, como la de los famosos lanceros polacos, que fueron aplastados por las divisiones Panzer de los alemanes.

Todavía existe el arma de caballería en los ejércitos, pero los briosos corceles han sido sustituidos por ruidosos y pesados carros de combate de acero. Los generales se desplazan en automóviles y helicópteros, y la época en que el caballo de guerra del general en jefe era una figura importante, cuyo nombre pasaba a la historia, pasó para siempre.



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