Óleo de San Martín y el mendigo
San Martín nació en el año 316 en Hungría. Desde siempre tuvo una especial inclinación hacia la religión, pero, a pesar de ello, a los quince años ingresó en las legiones romanas como soldado a caballo. Es en esta época cuando sucede una historia muy famosa y bella de este santo. Cuenta la leyenda que en un frío día de invierno el joven Martín entraba en la ciudad francesa de Amiens, cuando vio a un pobre pordiosero aterido de frío. Compadecido de él, y no teniendo dinero para socorrerlo, sacó su espada, cortó su capa por el medio y le dio la mitad al mendigo. Sus compañeros se burlaron de él por este gesto, pero la tradición cuenta que es misma noche, en sueños se le apareció Jesucristo vestido con el mismo trozo de capa que le dio al mendigo.
Más adelante, cuando se disponían las tropas del césar Juliano a combatir contra los bárbaros que invadían las Galias, Martín se negó a llevar armas, por lo que el César lo trató de cobarde. Ante esto, San Martín le contestó que al amanecer, cuando las legiones se prepararan para entrar en batalla, él iría en primera línea completamente desarmado, ya que su temor no era a morir, sino a derramar la sangre de otro hombre.
La batalla no tuvo lugar, pues los bárbaros pidieron la paz, y cuentan, que lo hicieron al enterarse que algunos soldados romanos estaban tan seguros de la victoria que incluso iban a luchar sin armas.
Ya fuera del ejército fue discípulo de San Hilario, que debido a sus méritos cristianos lo quiso nombrar obispo de Tours, pero el rehusó y se escondió en una cueva para no ser encontrado, pero un ganso lo delató con sus graznidos y allí lo encontraron y lo convencieron para que aceptase el cargo. Realizó una amplia labor episcopal, fundando varios monasterios en la zona
Es el patrón de Francia y Hungría y se representa con el ganso. Su día es el 11 de noviembre y por ser esta fecha la de su conmemoración, en España hay un refrán que dice: “A cada cerdo le llega su San Martín”, pues en estas fechas en las que comienza la época de matanzas.
Los caballos que usaban los romanos no eran exactamente de la morfología y tamaño de los actuales. Los equinos de ahora son más altos, fuertes y bellos que los que poblaban la Europa de hace dos mil años. Pero lo que han ganado en alzada y prestancia lo han perdido en resistencia y dureza, pues al tener, las patas más largas y finas, son más delicadas para realizar determinados trabajos. Además, al ser más altos, el centro de gravedad del animal también es más alto, repercutiendo esto negativamente en su maniobrabilidad.
El caballito romano era más parecido al asturcón, del norte de España, aunque también quedan otros ejemplares en algunas regiones europeas. Tenía una alzada de unos escasos 1,50 metros, miembros cortos, sólido cuerpo, pelo largo y cuello robusto. Son animales recios, duros, que comen relativamente poco para su peso y capaces de aguantar largas marchas al trote sin cansarse en demasía y un carácter difícil. Pese a estas ventajas, el caballo romano tenía sus inconvenientes, sobre todo debido a su corta alzada, pues no servía para arremeter contra la infantería, así que solo se usaban para hostigar a los enemigos.
Los caballos romanos no estaban herrados, por lo que no podían transitar por caminos pavimentados. En cuanto a la silla de montar, no llevaba estribos, pues ese invento aún no había llegado a Europa desde China. Era de madera, de estructura rígida, recubierta de cuero y reforzada en los pomos con chapas de bronce. Por lo general tenían cuatro pomos, se cree que la utilidad de esto era para mantener al jinete sobre el caballo.
Los entrenamientos se realizaban en el patio de armas. Allí los soldados aprendían a montar y desmontar con toda su armadura y las armas, al principio se practicaba con un caballo de madera. Se les enseñaba a galopar en formación cerrada, practicando la persecución y la retirada, a saltar fosos y setos, a vadear ríos nadando con sus monturas, a galopar cuesta arriba y cuesta abajo, y a manejar las armas a caballo, tanto la jabalina, la lanza y la espada. El patio de armas solía encontrarse fuera del acuartelamiento. El suelo era de tierra apisonada, para no lastimar a los caballos.
Hace unos cuantos años, se encontraron en Krefeld (Alemania) los restos de lo que había sido un fuerte de caballería, donde se hallaron 31 esqueletos de caballos del ejército romano. Ninguno de ellos estaba herrado, aunque si se usaban las herraduras, al igual que los bocados y las espuelas. Aquellos caballos de la frontera germana tenían alrededor de cuatro o cinco años de edad.
Una curiosidad, las hembras de los asturcones y sus hermanos ponys tienen colmillos, a diferencia de sus primas, las yeguas modernas.
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