Óleo de Velázquez
El Príncipe Baltasar Carlos,
fue hijo del rey Felipe IV y de la reina Isabel de Borbón. Quinto hijo después
de 4 hermanas que murieron al poco tiempo de nacer. Vino al mundo en Madrid, el
17 de octubre de 1629 y para ponerle nombre se sortearon los de los Tres Reyes
Magos, de ahí su primer nombre Baltasar. Su madrina fue la condesa de Olivares,
mujer del conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, que lo llevó a bautizar
en una silla de cristal de roca, que según dicen, era la alhaja más valiosa que
había en España. Fue nombrado príncipe de Asturias y heredero al trono.
Como era costumbre en la época,
lo casaron muy joven con su prima la archiduquesa Mariana de Austria, que era
una niña menor que él.
Debido a su temperamento
amoroso, su ayo Don Pedro de Aragón le proporcionó una mujer de extraordinaria
belleza, que parece ser que fue la que le contagió la viruela, a causa de la
cual, murió en Zaragoza el 9 de octubre de 1646 en la víspera de aniversario de
la muerte de su madre, con apenas 17 años de edad.
El trono se quedó sin heredero
por lo que su padre se casó con su esposa-prometida, doña Mariana de Austria
que contaba por entonces con 12 años y que llegó a ser la madre del heredero
Carlos II el Hechizado.
El Almirante de Castilla dedicó
al príncipe estas décimas:
"Príncipe: mil mentecatos
murmuran sin Dios ni ley,
de que habiendo de ser el Rey
os andéis capando Gatos
y as_ yo de vos espero
que tan diestro quedaréis
que, en siendo grande, capéis
al gato más marrullero. " (Conde Duque de Olivares)
En esta imagen Velázquez pintó
al príncipe con banda y bastón de mando de general, acentuando la autoridad con
el caballo encabritado. Caballo que todo el que lo ve piensa que su morfología
es desproporcionada, pero el pintor plasmó en el lienzo esa forma a propósito,
ya que el cuadro iba a ser colocado encima de una puerta en el palacio del Buen
Retiro entre los retratos de sus padres, y desde esa perspectiva el caballo
adquiriría una forma normal.
El fondo del cuadro representa
la Sierra de Guadarrama cubierta de nieve y azulada por la lejanía. Se trata de
evocar, con los diferentes estratos del cielo, la pureza y luminosidad del aire
de Madrid.
El palacio del Buen Retiro sufrió grandes
daños durante la Guerra de la Independencia. Los cuadros del Salón de los
Reinos fueron trasladados a su actual ubicación en el Museo del Prado donde a los caballos se
les ve gordísimos porque es imposible verlos con la perspectiva para la que fueron ideados.
Los caballos de
Velázquez
De los diferentes animales que pintó el genial pintor
sevillano, los caballos han acabado ganándose un lugar propio en la Historia
del Arte. Gracias a la aguda mirada del artista, comparten protagonismo con el
retratado. Son un personaje más, que Velázquez pinta con maestría e incluso
cierto mimo, advertido en los pequeños detalles como el dibujo de las crines o
la expresión de los ojos.
Son robustos y
vigorosos, trasmitiendo al espectador sensación de solidez. Pertenecían a una
raza especial creada para la caballería española, fruto del cruce de ejemplares
flamencos, únicos por su fortaleza, con caballos andaluces de gran rapidez y
elegancia. Estaban considerados verdaderas máquinas de guerra por la enorme
fuerza y coraje que demostraban en el combate.
En la Corte española de los Austrias, un
hombre distinguido presumía de sus dotes como caballista. Por ello Velázquez en
sus retratos oficiales dota de majestuosidad a sus modelos sobre un caballo al
que gobiernan con destreza.
El pintor sevillano
trabajó para los reyes Felipe III y Felipe IV como pintor de corte. Su
principal labor era retratar a los monarcas ensalzando no sólo su figura, sino
también la imagen de la monarquía misma. En sus pinturas ecuestres, el soberano
mira desde lo alto de su montura como si estuviera sobre un trono ambulante.
Normalmente lleva los atributos militares inherentes a su cargo: bastón de
mando, insignias, coraza, banda de gala, etc. El caballo, por su parte, aparece
en corveta, postura que no sólo demuestra la destreza del jinete, sino también
su poder y dotes de mando, cualidades que otorgan al rey un inequívoco aire de
dignidad.
Los caballos españoles en el arte
En siglos pasados el ser caballero, montando un buen caballo, era signo de distinción y nobleza. Y, contemplando los caballos retratados con sus jinetes, te das cuenta que esos cuadros son los documentos que mejor nos definen como eran los corceles españoles hace cinco siglos.
Los caballos que pinta Rubens, y sobre los que cabalgan como jinetes
Felipe II o el Duque de Lerma, son animales ligeros con cuellos livianos y
fuertes y cabezas pequeñas. Sin embargo, los que reproduce Velázquez en sus
pinturas ya presentan un aspecto más pesado y barroco, reflejándolo sobre todo
su voluminoso cuello y sus anchísimos pechos, empequeñeciendo las figuras de
Felipe III, su sucesor Felipe IV o el príncipe Baltasar Carlos. Y la pesadez,
la masa, la mole del animal se acentúa en los cuadros de Goya que retratan a
Carlos IV, su mujer la reina Mª Luisa de Parma o el general Palafox, montando corceles
demasiado corpulentos para considerarlos caballos españoles, y que además
tienen una cabeza demasiado acarnerada, con orejas pequeñas, que marcan
claramente su origen cetroeuropeo.
Valorando esta evolución morfológica vemos como se va transfigurando un
caballo ligero de tipo hispano-árabe, pintado por Rubens, en un corcel
barroco y napolitano, que reproduce Velázquez, para rematar en un caballo
pesado, propio para el tiro de armones de artillería o para cargas de
guerra de caballería pesada, que retrata Goya. Y aunque los caballos de Rubens
pudieran parecer hispanoárabes, esta raza sólo fue admitida oficialmente en
España como “raza pura” muy recientemente, en el año 1986.
El caballo español actual proviene del
originario andaluz, que se empleó desde el siglo XV y empezó a ser mejorado por los frailes
cartujanos en la provincia de Cádiz, a finales del siglo XVIII, cruzándolo con el árabe.
Hasta
entonces, los caballos españoles, que lo eran por el mero hecho de haber nacido
en España, eran grandes, huesudos, cabezones, escurridos de grupa y con mucha
cincha. Caballos de los del tipo que aún se conservan en Portugal y que algunos
denominan ibéricos. Para el trabajo eran extraordinarios, para el cuido los más
sufridos del mundo y para el ganado de un valor rayando en la temeridad. Cuando
se les excitaba y exigía respondían con presteza y una voluntad sin límites. Lo
que se conoce como caballo de pura raza española (P.R.E.) no deja de ser la
raza anteriormente descrita mejorada por el árabe que le da enorme belleza y
elegancia de movimientos.”
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