viernes, 11 de noviembre de 2011

El Príncipe Baltasar Carlos


 Óleo de Velázquez      


El Príncipe Baltasar Carlos, fue hijo del rey Felipe IV y de la reina Isabel de Borbón. Quinto hijo después de 4 hermanas que murieron al poco tiempo de nacer. Vino al mundo en Madrid, el 17 de octubre de 1629 y para ponerle nombre se sortearon los de los Tres Reyes Magos, de ahí su primer nombre Baltasar. Su madrina fue la condesa de Olivares, mujer del conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, que lo llevó a bautizar en una silla de cristal de roca, que según dicen, era la alhaja más valiosa que había en España. Fue nombrado príncipe de Asturias y heredero al trono.
Como era costumbre en la época, lo casaron muy joven con su prima la archiduquesa Mariana de Austria, que era una niña menor que él.
Debido a su temperamento amoroso, su ayo Don Pedro de Aragón le proporcionó una mujer de extraordinaria belleza, que parece ser que fue la que le contagió la viruela, a causa de la cual, murió en Zaragoza el 9 de octubre de 1646 en la víspera de aniversario de la muerte de su madre, con apenas 17 años de edad.
El trono se quedó sin heredero por lo que su padre se casó con su esposa-prometida, doña Mariana de Austria que contaba por entonces con 12 años y que llegó a ser la madre del heredero Carlos II el Hechizado.

El Almirante de Castilla dedicó al príncipe estas décimas:

         "Príncipe: mil mentecatos murmuran sin Dios ni ley,
de que habiendo de ser el Rey
os andéis capando Gatos
y as_ yo de vos espero
que tan diestro quedaréis
que, en siendo grande, capéis
al gato más marrullero. " (Conde Duque de Olivares)

En esta imagen Velázquez pintó al príncipe con banda y bastón de mando de general, acentuando la autoridad con el caballo encabritado. Caballo que todo el que lo ve piensa que su morfología es desproporcionada, pero el pintor plasmó en el lienzo esa forma a propósito, ya que el cuadro iba a ser colocado encima de una puerta en el palacio del Buen Retiro entre los retratos de sus padres, y desde esa perspectiva el caballo adquiriría una forma normal.
El fondo del cuadro representa la Sierra de Guadarrama cubierta de nieve y azulada por la lejanía. Se trata de evocar, con los diferentes estratos del cielo, la pureza y luminosidad del aire de Madrid.
El palacio del Buen Retiro sufrió grandes daños durante la Guerra de la Independencia. Los cuadros del Salón de los Reinos fueron trasladados a su actual ubicación en el Museo del Prado donde a los caballos se les ve gordísimos porque es imposible verlos con la perspectiva para la que fueron ideados.

Los caballos de Velázquez


De los diferentes animales que pintó el genial pintor sevillano, los caballos han acabado ganándose un lugar propio en la Historia del Arte. Gracias a la aguda mirada del artista, comparten protagonismo con el retratado. Son un personaje más, que Velázquez pinta con maestría e incluso cierto mimo, advertido en los pequeños detalles como el dibujo de las crines o la expresión de los ojos.
Son robustos y vigorosos, trasmitiendo al espectador sensación de solidez. Pertenecían a una raza especial creada para la caballería española, fruto del cruce de ejemplares flamencos, únicos por su fortaleza, con caballos andaluces de gran rapidez y elegancia. Estaban considerados verdaderas máquinas de guerra por la enorme fuerza y coraje que demostraban en el combate.
En la Corte española de los Austrias, un hombre distinguido presumía de sus dotes como caballista. Por ello Velázquez en sus retratos oficiales dota de majestuosidad a sus modelos sobre un caballo al que gobiernan con destreza.
El pintor sevillano trabajó para los reyes Felipe III y Felipe IV como pintor de corte. Su principal labor era retratar a los monarcas ensalzando no sólo su figura, sino también la imagen de la monarquía misma. En sus pinturas ecuestres, el soberano mira desde lo alto de su montura como si estuviera sobre un trono ambulante. Normalmente lleva los atributos militares inherentes a su cargo: bastón de mando, insignias, coraza, banda de gala, etc. El caballo, por su parte, aparece en corveta, postura que no sólo demuestra la destreza del jinete, sino también su poder y dotes de mando, cualidades que otorgan al rey un inequívoco aire de dignidad.

Los caballos españoles en el arte

En siglos pasados el ser caballero, montando un buen caballo, era signo de distinción y nobleza. Y, contemplando los caballos retratados con sus jinetes, te das cuenta que esos cuadros son los documentos que mejor nos definen como eran los corceles españoles hace cinco siglos.
Los caballos que pinta Rubens, y sobre los que cabalgan como jinetes Felipe II o el Duque de Lerma, son animales ligeros con cuellos livianos y fuertes y cabezas pequeñas. Sin embargo, los que reproduce Velázquez en sus pinturas ya presentan un aspecto más pesado y barroco, reflejándolo sobre todo su voluminoso cuello y sus anchísimos pechos, empequeñeciendo las figuras de Felipe III, su sucesor Felipe IV o el príncipe Baltasar Carlos. Y la pesadez, la masa, la mole del animal se acentúa en los cuadros de Goya que retratan a Carlos IV, su mujer la reina Mª Luisa de Parma o el general Palafox, montando corceles demasiado corpulentos para considerarlos caballos españoles, y que además tienen una cabeza demasiado acarnerada, con orejas pequeñas, que marcan claramente su origen cetroeuropeo.

Valorando esta evolución morfológica vemos como se va transfigurando un caballo ligero de tipo hispano-árabe, pintado por Rubens,  en un corcel barroco y napolitano, que reproduce Velázquez, para rematar en un caballo pesado, propio para el tiro  de armones de artillería o para cargas de guerra de caballería pesada, que retrata Goya. Y aunque los caballos de Rubens pudieran parecer hispanoárabes, esta raza sólo fue admitida oficialmente en España como “raza pura” muy recientemente, en el año 1986.


El caballo español actual proviene del originario andaluz, que se empleó desde el siglo XV  y empezó a ser mejorado por los frailes cartujanos en la provincia de Cádiz, a finales del siglo XVIII, cruzándolo con el árabe.
 Hasta entonces, los caballos españoles, que lo eran por el mero hecho de haber nacido en España, eran grandes, huesudos, cabezones, escurridos de grupa y con mucha cincha. Caballos de los del tipo que aún se conservan en Portugal y que algunos denominan ibéricos. Para el trabajo eran extraordinarios, para el cuido los más sufridos del mundo y para el ganado de un valor rayando en la temeridad. Cuando se les excitaba y exigía respondían con presteza y una voluntad sin límites. Lo que se conoce como caballo de pura raza española (P.R.E.) no deja de ser la raza anteriormente descrita mejorada por el árabe que le da enorme belleza y elegancia de movimientos.”  

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