Don Phelippe, por la Gratia de Dios, Rey de Castilla, de
León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Hierusalem, de Portugal, de Navarra,
de Granada, de Toledo, de Valentia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de
Cerdena, de Cordoua, de Corcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de
Algezira, de Gibraltar, de las Islas de Canaria, de las Indias Orientales y
Occidentales, Islas y Tierra firme del Mar Océano, Archiduque de Austria, Duque
de Borgoña, de Brauante y de Milán, Conde de Habspurg, de Flandes, de Tirol y
de Barcelona, Senor de Bizcaya y de Molina, &.
Ayer 31 de marzo fue el aniversario de la muerte de este rey español que
con solo 43 años abandonaba este mundo,
quizás debido al fuerte y rígido protocolo que imperaba en la corte
española durante el siglo XVII. Rey
denostado por los historiadores, pues es conocido como un Austria Menor y se
considera que con él empezó el declive de España como potencia mundial.
Felipe III, el Piadoso, el primer monarca
español nacido en Madrid en 1578, fue el último hijo sobreviviente de Felipe II y de su cuarta esposa Ana de Austria. En 1582 se le designó heredero al trono, que ocupó el 13 de
septiembre de 1598. De carácter tímido, recibió su educación de aristócratas y
eclesiásticos, que le forjaron un carácter extremadamente religioso. Contrajo
matrimonio en Valencia el 18 de abril de 1599 con su prima Margarita de Austria con la que tuvo ocho hijos, el
tercero de ellos, Felipe, a su
muerte, sería proclamado Rey de España,
con el nombre de Felipe IV.
Su escaso interés por
las tareas de gobierno y su gran afición a otros asuntos, para él, tan amenos
que le ocupaban todo su tiempo: la caza, al teatro y a las artes, le llevó a
ceder las tareas de gobierno a un delegado o favorito sin cargo específico.
Este cargó tomo forma con el nombre de
valido en la persona del duque de Lerma, su amigo personal, que
desde los primeros momentos recibió autorización para firmar en su nombre.
En 1601, el Duque de Lerma, tras las
ofertas económicas recibidas del Consejo de Valladolid, traslada la Corte a
ésta ciudad; un traslado que sólo duraría cinco años, hasta 1606, cuando el
Ayuntamiento de Madrid le ofrece 250.000 ducados de oro para que se vuelva a
trasladar la capital a esa ciudad pues
con el traslado de la corte, tantas fueron las viviendas que quedaron
vacías, que los propietarios pagaban por
su ocupación para que no se arruinasen.
A pesar de lo anterior, fue con este rey con quien se
estableció en Madrid, de forma definitiva, la capital de España. Otro hecho
importante de su reinado fue la expulsión de los moriscos debido, sobre todo, a
que fueron acusados
de ser aliados de los piratas berberiscos y de no aceptar el catolicismo, lo que
provocó una grave crisis de la agricultura a causa de la pérdida de un gran
contingente de mano de obra especializada. El tercer hito de su reinado es la
famosa Pax Hispánica”, un tiempo en el que España ejercía la hegemonía
del mundo conocido de forma no beligerante. Un gesto que muchos han
considerado de debilidad por parte de la
Monarquía, pero lo cierto es que ésta formaba parte de una gran estrategia que
permitiría a España recuperar su fuerza militar y económica mediante engañosos
señuelos a sus adversarios para apartarlos de sus empresas militares. De hecho,
tanto Felipe III como sus consejeros pretendían que la tregua durase sólo hasta
que España pudiese reanudar sus luchas y derrotar así a sus enemigos. Su hijo y
sucesor, Felipe IV reanudó otra vez un periodo belicista que llevó a España a
su ruina económica y al fin de su hegemonía mundial. Todo esto fue el eje de su
reinado, sin olvidar que en cuanto a las artes, durante su reinado, tuvo su
esplendor lo que se ha dado en llamar el Siglo de Oro español.
En cuanto a lo que se apuntaba sobre la
rigidez del protocolo en la corte, podemos contar que, según la historia, el 31
de marzo de 1621 el rey enfermo de fiebres y debido al frío del invierno madrileño se le habían colocado un brasero para templarle el cuerpo. Pero el
rey comenzó a acalorarse considerablemente, quizá por el fuerte calor del
brasero colocado muy cerca del monarca. Algún cortesano se dio cuenta del
problema y del precario estado de Felipe III, y comentó que sería bueno apartar
el brasero de la vera de su majestad. Pero aquí llegó el problema. El protocolo establecía quién era la
persona destinada a aquellas tareas, a la sazón, el duque de Uceda. Este señor
debía encontrarse otro lugar, y no fue localizado con la debida premura. Cuando
por fin llegó y retiró el brasero, el rey ya estaba bañado en sudor y con
la fiebre muy elevada. Aquella misma
noche una erisipela y las consabidas fiebres acabaron con la vida de Felipe
III, que podría haber salvado la vida si aquel brasero no hubiera puesto el
último clavo sobre su insigne ataúd. Pero…es posible que se hubiera muerto de
todos modos.
En el centro de la Plaza Mayor de Madrid, se encuentra
la estatua ecuestre de Felipe III, ya que fue este rey el inició una
remodelación de Madrid, entre lo que cabe destacar el allanamiento para la Plaza Mayor y la construcción de viviendas a su
alrededor. Se inicia también la
transformación de la fachada meridional del Alcázar y se crea a su lado el Real Monasterio de la Encarnación. No
es poco para haber sido el Austria de más breve reinado en España.
Fue su padre, Felipe II el que encargó el
proyecto de remodelación de la plaza a Juan de Herrera, comenzándose
el derribo de las «casas de manzanas» de la antigua plaza ese mismo año. La
construcción del primer edificio de la nueva plaza, la Casa de la Panadería, comenzaría en
1590 a cargo de Diego Sillero, en el solar de la antigua lonja. En 1617, Felipe
III, encargó la finalización de las obras a Juan Gómez de Mora, quién concluirá
la plaza en 1619
El nombre de la plaza ha variado a lo largo de la
historia, del primigenio nombre de «Plaza del Arrabal» pasó a llamarse «Plaza
Mayor». En 1812, cumpliendo el decreto que disponía que todas la plazas mayores
de España pasasen a llamarse «Plaza de la Constitución», cambió de nombre, pero
solo duraría hasta1814, año en que pasó a llamarse «Plaza Real». Recuperó el
nombre de «Plaza de la Constitución» durante diferentes periodos. En1873,
cambió su nombre por el de «Plaza de la República», y otra vez a «Plaza de la
Constitución». Tras la proclamación de la Segunda República se volvió a cambiar
al nombre de «Plaza de la Constitución» hasta el final de la Guerra Civil
española cuando se recupera el popular nombre de «Plaza Mayor», nombre que
perdura hasta la actualidad. Las dimensiones de 120 x 94 metros estaban
motivadas, sobre todo, para poder celebrar corridas de toros ya que éstas eran
las principales fiestas de carácter no religioso y su lugar de celebración eran
las plazas mayores de ciudades y pueblos.
La estatua ecuestre de un sonriente Felipe III
que se encuentra en el centro de la Plaza Mayor fue comenzada por el escultor
italiano Juan de Bolonia (Giambologna), en Bolonia y terminada por su
discípulo Pietro Tacca en 1616 con un peso de unas cinco toneladas y media. Para
su realización, los maestros contaron como modelo un retrato del rey realizado
por Pantoja de la Cruz. Fue regalada al Rey español por el entonces Gran Duque
de Florencia, Fue entregada a Gómez de Mora, como arquitecto Mayor de Palacio,
y en un primer momento se la depositó en el jardín del Alcázar hasta enero de
1617, cuando se instaló delante del palacete de la Casa de Campo, en los
jardines de El Reservado. En tiempos de
Isabel II fue trasladada a la Plaza Mayor el día 22 de marzo de 1848, a
propuesta del concejal del Ayuntamiento Ramón Mesonero Ramos, pues esta plaza
había perdido los usos que se le dieron anteriormente como plaza de toros o
lugar para la realización de Autos de fe y se le quiso dar otro aspecto
colocando la estatua de Felipe III y ajardinando sus alrededores.
En el pedestal de la estatua, figura esta
inscripción:
La reina doña Isabel II, a solicitud del
Ayuntamiento de Madrid, mandó colocar en este sitio la estatua del señor rey
don Felipe III, hijo de esta villa, que restituyó a ella la corte en 1606, y en
1619 hizo construir esta Plaza Mayor. Año de 1848.
La estatua fue retirada en dos ocasiones de la
plaza con motivo de la proclamación de la Primera y Segunda República durante
la cual fue derribada por grupos republicanos. Posteriormente fue restaurada.
Durante la Guerra Civil fue fuertemente protegida.
La impresionante
escultura representa al Rey Felipe III con la cabeza descubierta, vestido con
media armadura (sólo con una coraza decorada). En el pecho cuelga el collar con
la Orden del Toisón de Oro y lleva en la mano derecha el bastón de mando o
bengala de General, que descansa sobre la cintura, y con la izquierda sujeta
las riendas del caballo de la misma forma que sujeta las riendas del estado. El
caballo presenta la pata delantera izquierda levantada, dando así movilidad a
la figura. En la cincha aparece la firma del escultor:
"PETRVS TACCA F. FLORENTIAE
1614"
Lo que es
más desconocido es que aquella estatua
ha sido un cementerio de pajarillos durante siglos. El caballo de Felipe III,
hueco por dentro tiene la boca como única apertura al exterior y durante
cientos de años se estuvo tragando a las incautas avecillas que se introducían
sin poder volver a salir dada la estrechez de la salida y la largura del
cuello.
» Durante cientos de años se desconoció la existencia de semejante trampa mortal para gorriones. Fue en 1931, cuando al proclamarse la II República, algunos "vándalos" empezaron a desfigurar la estatua. Se lanzó un petardo de gran potencia, por el interior de la boca del caballo, con el resultado de que el vientre del caballo explotó y empezaron a llover pequeños huesecillos de pájaro, desvelando así el profundo secreto del "Cementerio de Gorriones". El escultor Juan Cristóbal fue el encargado de su restauración, tras la Guerra Civil Española. Y parece que se centró únicamente en cerrarle la boca, y la panza, porque si nos fijamos con detenimiento, en el labio inferior quedan huellas de metralla.
» Durante cientos de años se desconoció la existencia de semejante trampa mortal para gorriones. Fue en 1931, cuando al proclamarse la II República, algunos "vándalos" empezaron a desfigurar la estatua. Se lanzó un petardo de gran potencia, por el interior de la boca del caballo, con el resultado de que el vientre del caballo explotó y empezaron a llover pequeños huesecillos de pájaro, desvelando así el profundo secreto del "Cementerio de Gorriones". El escultor Juan Cristóbal fue el encargado de su restauración, tras la Guerra Civil Española. Y parece que se centró únicamente en cerrarle la boca, y la panza, porque si nos fijamos con detenimiento, en el labio inferior quedan huellas de metralla.
Esta no es la única representación ecuestre de
Felipe III, pues tanto él como la reina fueron genialmente inmortalizados a
caballo por Velázquez. Y es que en la Edad Moderna, un símbolo de nobleza y
distinción era, sin lugar a dudas, el caballo. Felipe II, padre de Felipe III,
mandó crear en 1567 al caballo español cruzando para ello los innumerables
tipos de caballos existentes, entonces, en Andalucía. La cabaña equina andaluza
en ese periodo histórico era muy variada como consecuencia de la propia
selección llevada a cabo en el pasado para obtener caballos para fines
determinados, del aislamiento entre zonas, por las invasiones sufridas y,
principalmente, por no haberse puesto en marcha con anterioridad un programa
que hubiese uniformado los distintos tipos de caballos que se criaron en la
península
Felipe II, el 28 de noviembre de ese mismo año, emitió
una Real Cédula dirigida a su corregidor en Córdoba Francisco Zapata y de
Cisneros en la que determinaba fundar, en esa ciudad andaluza, una nueva raza
de caballos:
"Os mando que entreguéis a
Francisco Sánchez de Toledo, mi pagador de la caballeriza cuatro mil quinientos
ducados (...) para que se compren yeguas de vientre siguiendo las instrucciones
que hemos ordenado para la raza y casta de caballos que hemos mandado hacer en
Andalucía"
El motivo que argumentó para llevar a cabo dicho
proyecto era atender al bien público, pero en realidad esa fue la justificación
para poder llevar a cabo la enorme inversión que suponía la compra de mil
doscientas yeguas:
"Porque deseamos que se consiga
el fin que hemos acordado de tener mil doscientas yeguas de vientre con sus
potros y crías (...) hemos mandado que se vayan comprando por la orden que de
nuestro caballerizo mayor".
Así mismo, ordenó la construcción de las
extraordinarias caballerizas reales cordobesas, que, siguiendo las órdenes
reales, fueron financiadas con las rentas que producían las salinas andaluzas.
Para llevar a cabo la selección de los
animales más idóneos para ese fin, Felipe II nombró como caballerizo real al
cordobés Diego López de Haro, verdadero artífice del caballo español. El
resultado obtenido por éste fue tan extraordinario que los caballos conseguidos
serían, contraviniendo lo expuesto por este rey al principio del proyecto,
exclusivamente para uso de la Casa Real, que los utilizó como regalo a reyes
extranjeros, nobles y clero. La nueva raza fue utilizada como emblema de un
Imperio y de una cultura que había sido capaz de conseguir lo que todo el mundo
ansiaba, el caballo perfecto.
Al morir Diego López de Haro, Felipe III
nombró caballerizo real a Juan Jerónimo Tinto. Este caballerizo nunca cruzó la
raza y, precisamente, fue una de las personas que más trabajaron en preservarla
como podemos apreciar en la obra que comenzó para cercar de piedra la histórica
dehesa de Córdoba para evitar el riesgo, según
palabras de este caballerizo, de "bastardear la raza" porque,
entonces, en ella pastaban las yeguas españolas. Para evitar este problema
pidió permiso al rey para comenzar la cerca que todavía se encuentra en
perfecto estado y que, aunque se comenzó en el año 1617, por diversos motivos,
no se acabaría hasta 1700.
Se sabe que En 1828 y
1830 se fundan las yeguadas de Cazorla y Sevilla. En esta época, el Infante Carlos (hermano de Fernando VII) le da la locura de
cruzar las yeguas autóctonas españolas con sementales Normandos y Alemanes.
Lógicamente lo hace con las mejores, pues tenía el rango de Infante, lo que
produce una catástrofe en el caballo Español. Afortunadamente algunos ganaderos
Andaluces y Extremeños, no practicaron
dichos cruces, lo que permitió recuperar al caballo Español, pero debió
partirse de yeguas montoneras, y para mejorarlas, pensó
en cruzarlas con árabes.
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