jueves, 21 de junio de 2012

Caballitos del Tiovivo


 
Tiovivo

Pegasos, lindos pegasos,
caballitos de madera...

Yo conocí siendo niño,
la alegría de dar vueltas
sobre un corcel colorado,
en una noche de fiesta.

En el aire polvoriento
chispeaban las candelas,
y la noche azul ardía
toda sembrada de estrellas.

¡Alegrías infantiles
que cuestan una moneda
de cobre, lindos pegasos,

caballitos de madera!
                                      Antonio Machado

 
Este poema de Antonio Machado, describe mejor que nada esa sensación de libertad que la mayoría de nosotros hemos sentido siendo  efímeros jinetes en nuestras ferias y fiestas.
Un tiovivo o carrusel, o una calesita en Andalucía y América Sur, es un medio de diversión consistente en una plataforma rotatoria con asientos para los pasajeros. Tradicionalmente los "asientos" poseían forma de caballos de madera, los cuales, en muchos casos, son desplazados mecánicamente hacia arriba y hacia abajo para simular el galope de un caballo. Aunque pasado el tiempo, se introdujeron las formas de otros animales, cerdos, osos, perros, ciervos. Normalmente, los giros, son acompañados por la música que se repite mientras el carrusel da vueltas.

Este divertimento infantil, aunque los adultos nunca se han resistido a subirse en ellos, tienen su origen en algo menos inocente, en un entrenamiento para la guerra. De hecho, el nombre de carrusel, por el que es conocido también el tiovivo, le viene de la palabra italiana garosello, en español, carosella ("pequeña batalla"). Los cruzados lo trajeron a Europa tras observar  un tipo de entrenamiento para el combate y un juego común entre los jinetes turcos y árabes hacia el año 1100. Este entrenamiento de la caballería; reforzaba la preparación de los jinetes para la batalla al atacar con espadas de madera a muñecos que representaban al enemigo mientras montaban en rudimentarios caballos de madera que giraban en torno a un eje. Estos carruseles se mantenían en secreto encerrados en los castillos. Más tarde, en torno al 1.600, en Turquía y luego en Europa, los jinetes debían colar las puntas de sus lanzas por unos aros suspendidos en postes, mientras los caballos giraban a gran velocidad, movidos por hombres, caballos o mulas. Este ejercicio todavía se realizaba en los tiovivos de principios del siglo XX, aunque ya, claro está, por diversión.
Con el pasar de los años se construyeron unos pequeños carruseles que fueron instalados en los jardines privados para la diversión de la nobleza. Esta moda se extendió como la espuma y poco después se instaló en París, en la Plaza de Carrousel, un gran tiovivo junto al cual se simulaba torneos en los que los contrincantes se lanzaban unos a otros bolas de yeso rellenas de perfume.
Sillitas voladoras
Pero el uso del carrusel como entretenimiento es mucho más remoto, ya se utilizaban en el imperio Bizantino en el siglo V unas cestas que giraban como las actuales sillitas voladoras de las ferias.
En sus inicios era un aparato muy sencillo, consistente en una recia viga vertical rematada en un eje, y en dos tablas iguales puestas en cruz que giraban sobre él y de cuyos extremos pendían sendos caballitos de cartón. Los pequeños jinetes trataban de introducir un palito en una anilla, que pendía de un poste o que sostenía en dueño del aparato, cada vez que el giro les aproximaba a la misma. Más tarde se fueron añadiendo más animales que colgaban de postes o cadenas, los cuales se inclinaban hacia afuera al girar, por efecto de la fuerza centrífuga, simulando volar. Se les llamaba carruseles de caballos voladores. Normalmente eran propulsados por animales de tiro caminando en círculo, o por personas que tiraban de una cuerda o moviendo un manubrio. Hacia la mitad del siglo XIX, se desarrolló el carrusel de plataforma, para reducir los riesgos a los niños, donde los animales y las carrozas se moverían en círculo sobre una plataforma circular suspendida del eje o poste central y se empezaron a construir con propulsión de vapor.

Con el desarrollo de las uniones de artesanos y la relativa liberación de los oficios en Europa, a principios del siglo XIX se construyeron tiovivos que empezaron a operar en distintas ferias y otras reuniones en la Europa Central y en Inglaterra. En España, en abril de 1812, el Ayuntamiento de Vitoria autorizó al francés Sebastiani la instalación de un circo de cuatro caballos de madera movidos por una rueda y, se cree, que este fue el primero del país.
Que se llame Tiovivo al carrusel de caballos de las ferias se debe a un curioso acontecimiento que ocurrió en Madrid en 1834. En el mes de abril de ese año, una epidemia de cólera asolaba la capital de España. Concretamente, en medio mes ya habían muerto  unas  150 personas, entre las que se encontraba Esteban Fernández, que  para ganarse la vida  tenía un aparato giratorio de los llamados “caballitos” en lo que hoy es el paseo de las Delicias, sito detrás del Hospital General.
El 16 de julio de 1834, fueron a enterrarlo. Cuatro amigos lo llevaban cargados en parihuelas, ya que las cajas mortuorias eran un objeto de lujo vedado a los pobres. Silenciosos y taciturnos marchaban los que llevaban en hombros al muerto junto con unos pocos amigos que le acompañaban en su último paseo, cuando al llegar al sitio próximamente en que estaba el circo, el cadáver, incorporándose bruscamente y arrojando lejos de sí el paño negro que lo cubría, empezó a gritar:
-¡Estoy vivo! ¡Estoy vivo!
Desde aquel día, el tío Esteban despareció para dar paso al Tío Vivo; y cuando el cólera hubo calmado su furor y volvió a pensarse en diversiones, reapareció, en el paseo de las Delicias, el aparato de los caballitos y las barquitas de madera. Los habituales parroquianos del tío Esteban le saludaron con su nuevo nombre:  Tío Vivo. Y el Tío Vivo se hizo popular, fue conocido en todos los rincones de la Corte, hasta que se generalizó la denominación y la Real Academia incluyó en su Diccionario la palabra “tiovivo” como: “Aparato giratorio con asientos de varias for­mas dispuestos en círculo, que sirve de recreo en las ferias y fiestas populares.”

Pegasos, lindos pegasos,
caballitos de madera... 

Pegaso
Estos caballitos de madera son también llamados pegasos, porque como el mítico animal, ellos también vuelan. Pegaso, en griego phgasoz,  significa manantial, pues la mitología dice que donde golpeaba con su pata brotaba una fuente de aguas puras.
Sobre su nacimiento existen numerosas versiones, pero la más extendida es la que sostiene que nació de la tierra, fecundada por la sangre derramada de la Medusa Gorgona cuando Perseo la mató cortándole la cabeza. Suele representarse en blanco o negro y tiene dos alas que le permiten volar. Una característica de su vuelo es que cuando lo realiza, mueve las patas como si, en realidad, estuviera corriendo por el aire.  Además poseía un carácter indomable, no dejando que nadie lo montara, salvo el héroe Belerofonte.
Belerofonte era hijo del rey Glauco de Corinto, quién al tener noticias de Pegaso se propuso domarlo. Sólo lo consiguió con la ayuda de la diosa Atenea, que le regaló una brida de oro para que se la pusiera a Pegaso al cuello cuando bajaba la cabeza para comer y, con ella, lo tendría sujeto a su voluntad.


Belerofonte a lomos de Pegaso logró dar muerte a la Quimera, una bestia de múltiples cabezas. También con este caballo logró vencer a las Amazonas. Sin embargo, cuando por fin consiguió la confianza  Pegaso, no contento con esto, le obligó a llevarlo al  Olimpo para poder convertirse en un dios, pero Zeus, molesto por su osadía, envió un insignificante mosquito que picó el lomo de Pegaso y, con el respingo que dio el caballo, Belerofonte se precipitó al vacío, y no murió,  pero quedó  lisiado y condenado a vagar apartado del resto del mundo toda su vida recordando su gloria pasada. De esta forma  es como Pegaso volvió  a ser libre.
Con el tiempo, Pegaso, el caballo de los dioses, es nombrado por Zeus, portador del rayo y del trueno, símbolos máximos de su poder. Más tarde lo convirtió en una constelación formada por cuatro brillantes estrellas.

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