Estatua ecuestre de Luis XIV de Bernini |
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Copia en Terracota del boceto de Bernini |
Esta estatua fue encaragada por el propio monarca al artista italiano para colocarla en el palacio de Versalles. Bernini la esculpió en su taller de Italia y, una vez finalizada, la mandó a París, pero al rey no debió gustarle mucho, pues mandó que el escultor Girardón la retocara, transformándola en una representación alegótica del monarca, tan de moda por aquella época. No sabemos si el caballo representado es Le Bonite, uno de los caballos del rey.
Llamado Rey Sol o Luís el Grande, es uno de los
monarcas más conocido a nivel mundial. Nació en la primera mitad del siglo XVII
y murió ya iniciado el siglo XVIII, en 1715, tras un reinado de 72 años, el más largo de una monarquía europea.
Incrementó el poder de Francia mediante tres grandes guerras: La de Holanda, la
de los Siete Años y la de Sucesión española. Pero también protegió las artes,
siendo el fastuoso palacio de Versalles la culminación de esta política de
mecenazgo que abarcó diversas facetas culturales.
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Rey Luis XIV |
Fue un rey absolutista, su primera y más
importante preocupación se centró en concentrar todo el poder del estado en su
persona. Los estados generales (parlamentos) no fueron convocados en sus 54 años
de gobierno efectivo, mientras las asambleas locales fueron suprimidas o
privadas de competencias. La nobleza, fuente de constantes
rebeliones en los decenios precedentes, fue excluida de los órganos de
gobierno, aunque se le reconocieron privilegios sociales y fiscales para
contentarla. Pero el paso más importante en su «domesticación» fue atraerla a
la corte. Los aristócratas acudieron al entorno real en busca de pensiones y honores,
y se alejaron cada vez más de sus bases locales de poder. Los tremendos gastos
de la brillante vida cortesana impuesta por el rey mermaron el poder económico
de los nobles, que acabaron dependiendo del favor real para mantener su nivel
de vida, lo que aseguró su docilidad.
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Palacio de Versalles |
El centro de todo este universo era el Palacio de
Versalles. Luis XIV dejó París y decidió construir Versalles como una pequeña
ciudad alejada de los problemas, Para conseguir este cerrado universo, el rey Sol
invirtió una enorme cantidad de dinero en su construcción y decoración, ya que Versalles
era el símbolo del poder real. Desde el
dormitorio del monarca que era a la vez lugar de culto y centro de poder, hasta
la sucesión de las habitaciones o su grado de accesibilidad, participaban de
este ceremonial. Cuanto más ascendía un cortesano en la consideración del rey,
más autorizado estaba a penetrar en el interior del palacio. En su corte, el prestigio de las personas era medido también
por el peso de la silla en la que les era permitido sentarse: cuanto mayor era
el peso, tanto mayor era su importancia. Siendo los únicos que podían usar
sillas con brazos el rey y la reina. Y tan importante como
el palacio era el parque que garantizaba un escenario ideal para fiestas
deslumbrantes. Pero a pesar de su lujo y esplendor, este universo tenía un lado un poco
más “oscuro” pues ninguna de sus numerosas habitaciones estaba concebida como
cuarto de baño. Las bacinillas eran, a menudo, vaciadas por las ventanas y sus
hermosos jardines servían como retretes para el inmenso contingente de habitantes
de palacio y de sus invitados.
El baño
no era una práctica habitual, es más, era algo excepcional, Por el ejemplo, Luis
XIV se bañaba únicamente cuando se lo prescribía el médico. Sólo se bañó en dos
ocasiones a lo largo de su vida y, cada mañana, para asearse, se limpiaba la
cara con un trozo de algodón impregnado de alcohol o con saliva.
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Salón de los espejos |
Las
personas de aquella época no se lavaban, el mal olor que exhalaban por debajo
de los vestidos era tal que, los lacayos solían mover el aire de los salones
con grandes abanicos para expulsar los olores de las partes íntimas que salían
entre los pliegues de seda y encajes. Bajo las aparatosas pelucas de los cortesanos
pululaban los piojos. Es de esa época cuando se inventaron las manos de marfil
que rematan en un mango más o menos largo y que servían para rascarse la cabeza
debajo de la peluca.
El duque de Saint-Simon, quien tenía amplia experiencia en la vida
cortesana francesa, comentó que Luis era "la verdadera personificación
de un héroe, imbuido con una majestad natural, pero más imponente, que se
revelaba hasta en sus gestos y movimientos más insignificantes".
Asimismo, su gracia natural brindaba al rey un encanto especial: "Irradiaba
la misma nobleza y majestuosidad con su bata de vestir que con sus atuendos de
estado, o cuando dirigía sus tropas desde el lomo de su corcel". Tenía
el don de la palabra y aprendía rápido. Era naturalmente cordial y "amaba
la verdad, la justicia, el orden y la razón". Su vida era ordenada: "Nada
podía estar regulado con mayor exactitud que sus días y horas". Su
autocontrol era impecable: "No perdió el control de sí mismo diez veces
en toda su vida, y sólo con personas inferiores". Pero, incluso los
monarcas absolutos tenían imperfecciones, y Saint-Simon tuvo el valor de
señalarlas: "La vanidad de Luis XIV no tenía límite ni conocía
restricciones", lo cual le provocaba "disgusto para cualquier
mérito, inteligencia, educación y, sobre todo, cualquier signo de independencia
de carácter y sentimientos que mostraran otros", lo que ocasionó que
tuviera "errores de juicio en asuntos de importancia".
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Zapáto de la época del rey Sol |
La vanidad de este rey
le llevó a imponer sus gustos y costumbres, como la de lucir tacones curvados
en sus zapatos bordados en plata, para aumentar su estatura, los enormes puños
de encajes, las ostentosas pelucas. En el campo de la dieta, también generalizó
las comidas opíparas. Por ejemplo, un almuerzo suyo podía consistir en "cuatro platos de sopa, un
faisán, una perdiz, un gran plato de ensalada, cordero en su salsa, dos lonchas
de jamón, una bandeja de pasteles, frutas y huevos duros". La autopsia
practicada tras su muerte, en 1715, reveló que su estómago tenía el doble del
tamaño normal. Estos excesos le provocarían problemas intestinales
incontrolados, hasta el punto de dar audiencias sentado en su sillón-retrete.
En
torno al rey Sol existen gran cantidad de leyendas y mitos, como la que publicó
el New York Times el día de Navidad de 1905, en la que contaba como el corazón
de Luis XIV, acabó en manos de un inglés
que se lo comió, después de bastante tiempo muerto y estando ya momificado.
Parece ser que fue saqueado durante la Revolución Francesa. La noticia decía
así: “No hay necesidad de ser escéptico sobre la historia del Sr. Labouchere
en la que el deán de Buckland se comió lo que quedaba del corazón momificado de
Luis XIV, que ahora descansa en el cuerpo del deán en el cementerio de Islip.
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Máscara de hierro |
Otra
leyenda relevante, y de la que se han escrito numerosas novelas, incluso
algunas llevadas al cine, nos cuenta que
se envió con el más grande secreto al castillo de la
isla Santa Margarita, en el mar de Provenza, a un prisionero desconocido, joven
y de la más noble y bella figura. Durante el viaje, este prisionero llevaba una
máscara, cuya mentonera tenía resortes de acero que le permitían comer
sin quitarse la máscara. Se había ordenado matarlo si se le descubría. Permaneció
en la isla hasta que un oficial de confianza, llamado Saint-Mars, gobernador de
Pignerol y siendo gobernador de la Bastilla, en el año 1690, fue a buscarlo a la
isla Santa Margarita y lo condujo a dicha prisión, todavía enmascarado. El
marqués de Louvois lo visitó en la isla antes del traslado, y le habló de pie,
con consideración y respeto. En la Bastilla, fue alojado con todas las
comodidades posibles en ese castillo y no se le negaba nada de lo que pedía.
Gustaba de la ropa blanca de finura extraordinaria y de los encajes. Tocaba la
guitarra, Se le daba una comida excelente, y el gobernador rara vez se sentaba
en su presencia. Un anciano médico de la Bastilla, que atendió muchas veces las
enfermedades de este hombre singular, ha dicho que jamás vio su rostro, aunque
le examinó con frecuencia la lengua y el resto del cuerpo. Estaba
admirablemente bien formado, decía el médico; su piel era algo morena;
interesaba con sólo el tono de su voz; no se quejaba nunca de su estado y no
dejaba suponer en forma alguna quién podía ser. Este
desconocido murió en 1703 y lo enterraron de noche en la parroquia de San Pablo.
Algunos aseguraron que era el hermano gemelo del rey, que desde el nacimiento,
había sido ocultado para no crear problemas de sucesión.
Como es bien sabido, el lujo y la
ostentación eran cualidades inseparables de la realeza, tanto en sus palacios
como en sus vestimentas, y no podía ser de otra manera con sus transportes.
Cuando la comitiva real iba de visita al extranjero, los carruajes cobraban
especial importancia; lujosos y costosos, eran un símbolo evidente de poder.
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Carroza real |
Las lujosas carrozas
que usaron Luís XIV y su corte, tuvieron su precursor en “el carroccio” a principio
del siglo XI, inventado por el arquero Alberto de Itimiano. Era un vehículo
militar con carácter religioso y de enorme tamaño, arrastrado por 24 caballos. Contaba
de dos ejes y cuatro ruedas y tenía el tamaño de una casa de dos pisos. Estaba
totalmente acorazado, contaba con una torre central que solía ir precedida de
una imagen de Cristo o una cruz de dos o más metros. Además tenía un altar. La dotación normal de “el carroccio”
no bajaba de 50 personas: los arqueros encargados de la defensa, 12 o más
trompetas que no paraban de sonar en todo el combate, conductores, etc.
Realmente debía resultar pavorosa para el enemigo la aparición de aquel
artefacto.
En el siglo XII, el
carro volvió a retornar su carácter de
lujo. Al igual que en la antigua Roma y, en nuestros días, el automóvil, la
carroza se convirtió en un signo de poder económico y posición social, poniéndose
particularmente de moda entre la realeza, que las hacían cubrir de terciopelo y
motivos de oro y plata. El carro suspendido no apareció hasta el siglo XV
siendo inventado por el húngaro Kotzen. Las carrozas con ventanales de vidrio
aparecieron por primera vez en Italia en el siglo XVII y, ya en el siglo XVIII,
París contaba con un parque próximo a las 15.000 carrozas.
Para esta proliferación
de carruajes, tantos los de lujo como los de transporte para el pueblo llano o
para mercancías, muchos menos ostentosos, hacían falta caballos. Los caballos
se habían usado, casi desde su domesticación como animales de tiro y transporte,
por lo tanto, fueron estos, los encargados del arrastre de los carruajes,
aunque en los más humildes se engancharon mulas y asnos.
La mayoría de razas
de caballos de tiro, como tal, diferenciados de los de monta, no existían antes del siglo XVIII. Las razas
de tiro pesado fueron definiendo por selección a partir de las necesidades
militares (artillería pesada), incorporándose paulatinamente a los trabajos
agrícolas. Luego fueron un elemento indispensable en la Revolución Industrial,
y por supuesto en el arrastre de carruajes, Todo esto fue acompañado de las
mejoras de las vías de comunicación que conectaron las principales ciudades, pues
hasta ese momento, sólo existían las vías romanas o los caminos locales.
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Percherón |
El caballo de tiro es
un caballo
de trabajo usado por su capacidad de tracción.
Los caballos de tiro se empleaban para labrar o arrastrar
herramientas agrícolas y como fuerza motriz, unidos a carros y carruajes.
También se usaron caballos de tiro, en ciertos casos, para mover maquinaria usando
un dispositivo mecánico apropiado. Estos animales eran de tiro pesado, pero al
irse perfeccionando los carruajes
y mejorando
las vías de comunicación, los caballos requeridos fueron cambiando de perfil,
ya que a la fuerza requerida, se unió también la necesidad de que fueran
veloces, Así los caballos de tiro ligero fueron muy solicitados por permitir
velocidades de desplazamiento superiores.
Esto
permitió el establecimiento de líneas de diligencias entre localidades donde la
demanda era importante.
Una de las razas de
caballo de tiro más conocidas es el caballo Percherón. Es una raza que se originó en la provincia de Le Perche,
cerca de Normandía, en Francia. Se cree que el caballo árabe
cruzado con el caballo normando jugó un papel importante en el desarrollo del
Percherón. Por el siglo XVII los caballos producidos en Le Perche tenían ya una
fama reconocida.
El percherón es un caballo que posee un cuerpo
poderoso y compacto, con la parte trasera amplia y musculosa, y unas
extremidades que, aunque algo cortas, son extremadamente fuertes. Además, los
cascos son muy duros. Por lo general suelen ser de capa torda o castaño oscuro.
Tiene una alzada de 165 cm, llegando a pesar 1200 kg. El caballo Percherón es un animal más que apto para el
tiro debido a su gran fuerza, pero también lo es por su docilidad y por la rapidez
de los movimientos que tiene.
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Suerte de pica |
Aunque los
percherones actuales descienden del cruce entre un caballo
llamado Jean le Blanc y una yegua
en Le Perche, durante la Baja Edad Media,
los caballos de La Perche fueron cruzados con caballos árabes, lo cual mejoró
su aspecto y sus características relacionadas con la velocidad. Esta raza se crió de forma muy intensa para
transportar caballeros armados durante la batalla. Y el animal demostró si
casta, su fuerza y su entereza durante las Cruzadas. Poco a poco el Percherón
se fue extendiendo por Europa durante el siglo XVII y ya en el XIX el caballo
Percherón es introducido en el servicio de correos francés, para tirar de los
coches de correo pesados.
Actualmente, se
sigue utilizando al Percherón como animal de tiro en algunas competiciones de
enganche y en algunas carreras. Además, en España se utiliza en la fiesta
taurina, como compañero del picador. Como vemos, esta raza sigue derrochando
casta, fuerza y valentía como en sus orígenes
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