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Foto de Rafael Pi Belda |
Esta escultura de un
caballo sin jinete, se encuentra en Caravaca de la Cruz, una localidad situada
en la Región de Murcia, en el Suroeste de España. El caballo transporta unos odres de vino azuzados por
unos mozos. La escultura está dedicada a la famosa fiesta de Los caballos del vino, que entronca con
las festividades en homenaje de la Santa Cruz. Caravaca cuenta con la reliquia
de la Cruz, que muchos fieles veneran y es considerado el quinto lugar de peregrinación
cristiana del mundo, después de Roma, Jerusalén,
Santiago de Compostela y Santo Toribio de Liébana, las dos últimas localidades
también en España.
La festividad de los caballos del vino se remonta
a la Edad Media, concretamente al siglo XIII según la tradición popular. En esta época
Caravaca era una localidad fronteriza entre la España cristiana y la musulmana,
pues se encontraba en las puertas del reino nazarí de Granada. Por este motivo,
la localidad podía pasar a pertenecer a uno u otro bando, según los envites de
la guerra. Durante uno de estos períodos, Caravaca se encontraba en manos cristianas
y un cerco de musulmanes sitiaba la
ciudad. La Orden Militar del Temple defendía a la población, que se refugió
tras las murallas de la fortaleza que, en su tiempo, construyeron los
musulmanes. Debido al asedio, los habitantes empezaron a padecer sed y la poca agua
que quedaba se corrompió, produciéndose una epidemia.

En el primer
tercio del siglo XIX, el festejo adquiere su estructura consolidada. El simple
recorrido inicial, casi procesional, de varios caballos en fila, desembocó en
una carrera de caballos que subían la cuesta, espoleados por los mozos que los
conducían. La gente que se situaba en la cuesta aumentó para animar y aplaudir
a los distintos caballos. Con el tiempo,
el vino dejó de subirse en pellejos, pero permaneció la bendición y la carrera
unidas al rito de la Cruz. El festejo ya había nacido.
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Carrera de los caballos del vino |
El festejo se
celebra en los primeros días del mes de mayo.
El día 1, es el
primer día de la fiesta. En este día se realiza la presentación de las bandas de
música y de los caballos, conducidos por sus jinetes a través de las calles.
Cuando llegan a la plaza principal, ya por la tarde, una gran multitud se agolpa ansiosa para ver la
exhibición de los ejemplares, seguida de una prueba de fuerza para el ver los caballos. La demostración
de fuerza con la gente jaleando al animal, hace apreciar el brío de los caballos,
que corren al trote alrededor de la plaza, a pelo, preludio del reto de la
lucha que vendrá a las pocas horas.
El día 2 de mayo, al ser de día, los caballos se aglomeran en el centro de la
ciudad, pero en realidad, el festejo comienza mucho antes, en la madrugada,
cuando los caballistas preparan sus monturas en silencio, envueltos en el rito
y el misterio. Una vez realizada la exhibición, se celebra la misa y, en la plaza del Bañadero, se procede a al baño
de la Cruz de Caravaca en la acequia que por allí discurre, simbolizando la
bendición de las aguas de la localidad. Este es el acto central de las fiestas.
Mientras, los caballos que ya han sido
bendecidos, parten hacia de la subida del castillo. Allí esperan su turno
y uno a uno van subiendo mientras el tiempo de los caballistas es cronometrado.
Los caballos suben a gran velocidad entre la multitud expectante que vitorea y
aplaude. Ya por la tarde, cuando todos los caballos han subido, se inaugura la
última parte de la competición, el premio al enjaezamiento. La elección del ganador es un momento
intenso y muy esperado.
El 3 de mayo prosiguen los festejos con numerosos
eventos entre los que se destacan misas y desfiles, y claro está, también
participan los caballos del vino.
Los
Caballos del Vino van engalanados con sus esplendidos mantos bordados en seda y
oro. Son ropas ricas y costosas bordadas a mano con hilos de oro y plata,
canutillo y pedrería, las cuales también compiten en originalidad en el
Concurso de Enjaezamiento. Se suelen representar rostros de personajes
conocidos de la ciudad que quedan inmortalizados en las ropas de los caballos
con un realismo asombroso. Las distintas peñas exponen la ropa de vestimenta de
sus respectivos caballos. Durante el siglo XIX y parte del XX, el festejo
evoluciona poco en sus formas. Se valoraba la fuerza y el pundonor en la carrera. Aún no existía el premio de enjaezamiento, porque los caballos se adornaban
simplemente con las colchas de novia y de boda y, con
mantones y tapetes de mesa, de bordados sencillos.
Con el tiempo proliferaron
los elementos de adorno con flores, lazos, etc., pero todavía no habían
aparecido los bordados completos.
En el año 47 se establecieron los premios de carrera y vestimenta y surge un jurado especial que otorga los premios.
La exhibición de seis vestimentas con bordados en la Exposición Universal de Sevilla en el año 92 fue un éxito y una propaganda extraordinaria para el festejo de Caravaca, elegido como la representación folklórica más significativa de la Comunidad Murciana.
En el año 47 se establecieron los premios de carrera y vestimenta y surge un jurado especial que otorga los premios.
La exhibición de seis vestimentas con bordados en la Exposición Universal de Sevilla en el año 92 fue un éxito y una propaganda extraordinaria para el festejo de Caravaca, elegido como la representación folklórica más significativa de la Comunidad Murciana.
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Caballo del vino enjaezado |
Los caballos
lucen sus crines bien peinadas y su pelo reluciente. Son hermosos caballos blancos, tordos y de negro azabache. Es un culto
a la fuerza, al valor, a la belleza y a los sentidos.
La carrera transcurre en menos de diez segundos, instantes intensos y desbocados protagonizados por cuatro hombres y un caballo que se abren paso entre una multitud de miles de personas, recorriendo los apenas 80 metros de empinada cuesta. Se trata de un espectáculo lleno de color y calor, en el que sólo alcanzan el éxito aquellos que completan la carrera sin soltarse del animal y realizando el menor tiempo. Participan sesenta peñas caballistas.
La carrera transcurre en menos de diez segundos, instantes intensos y desbocados protagonizados por cuatro hombres y un caballo que se abren paso entre una multitud de miles de personas, recorriendo los apenas 80 metros de empinada cuesta. Se trata de un espectáculo lleno de color y calor, en el que sólo alcanzan el éxito aquellos que completan la carrera sin soltarse del animal y realizando el menor tiempo. Participan sesenta peñas caballistas.
Aunque, como ya se ha dicho, la tradición sitúa el origen de la fiesta en el siglo XIII, la existencia
de los Caballos del Vino está documentalmente probada desde hace tres siglos,
confluyendo en este festejo una serie de elementos sociales, culturales,
históricos, religiosos y tradicionales que superan el simple evento festivo y
lo convierten en una manifestación antropológica reconocida como única en el
mundo. A lo largo de su historia, han sufrido diversas vicisitudes, pero el
festejo ha subsistido a todas ellas, adaptándose a las circunstancias y
manteniendo toda su pureza e integridad. La fiesta se ha transmitido de
generación en generación sin normas escritas.
Cientos de miles de visitantes se reúnen en Caravaca de la Cruz para vivir en directo la mítica carrera de los Caballos del Vino en la mañana del 2 de mayo.
El 4 de noviembre de 2011 el Consejo de Gobierno de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia declara la fiesta de 'Los Caballos del Vino' de Caravaca de la Cruz como Bien de Interés Cultural con carácter etnográfico. Los Caballos del Vino son candidatos a ser declarados Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.
Cientos de miles de visitantes se reúnen en Caravaca de la Cruz para vivir en directo la mítica carrera de los Caballos del Vino en la mañana del 2 de mayo.
El 4 de noviembre de 2011 el Consejo de Gobierno de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia declara la fiesta de 'Los Caballos del Vino' de Caravaca de la Cruz como Bien de Interés Cultural con carácter etnográfico. Los Caballos del Vino son candidatos a ser declarados Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.
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Fortaleza de Caravaca de la Cruz |
Los caballos usados por los caballeros templarios para
burlar el cerco de Caravaca, se diferenciaban de los caballos
actuales en la variedad, complexión y tamaño y, en promedio, eran más pequeños
que los equinos modernos. Además, su papel en la sociedad medieval era más
central ya que eran esenciales para la guerra, la agricultura, la diversión y el
transporte. Para eso se desarrollaron diferentes razas de caballos, muchas de
las cuales no tiene equivalentes modernos.
El caballo en la Edad
Media significaba prestigio social, pues era costoso mantener al animal, y no
todos podían darse ese lujo. Los siervos y esclavos estaban totalmente excluidos
en este sentido, y solo los libres con las suficientes posibilidades económicas
podían tener uno o varios corceles. Por lo general entre la nobleza y la
aristocracia tenían varios caballos, uno para torneos, otros para las batallas,
y otros para cazar y pasear. Incluso los templarios, que tenían voto de
pobreza, podían poseer hasta tres caballos.
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Representación del torneo medieval |
Numerosos
juegos medievales se basaron en el uso del caballo, como los torneos y justas,
donde los caballeros cabalgaban sobre sus monturas simulando combates o, a
veces, realizando verdaderas batallas, bien sea por diversión o para resolver
disputas personales. Los caballos eran vestidos con gualdrapas, unas
telas que los cubrían casi por completo, que cumplían una función decorativa y
frecuentemente portaban los colores y escudos del Señor o caballero que lo
montaba. En las justas también se desarrolló a mediados del Siglo XIV diversas
piezas metálicas que cada vez fueron multiplicándose hasta cubrir al corcel
casi por completo protegiendo al animal.
Las cortes
francesas e inglesas llegaron a enaltecer la significancia de los torneos y, con ello, la de los caballos, ligándolos
inseparablemente del ideal de caballero medieval. El hombre justo de noble
corazón que rescataba damiselas montado sobre su corcel rápidamente caló en la
literatura medieval y posteriormente en la renacentista. En muchas ocasiones se
crearon leyendas en torno a los caballos particulares.
Torneo es el nombre
popular dado a las competiciones de caballería o peleas por diversión de la Edad
Media y Renacimiento, y fueron por largo tiempo la primera diversión de las cortes
y ciudades. Los torneos se
convocaban junto a los castillos, de forma periódica o con ocasión de
acontecimientos especiales, como coronaciones, matrimonios, firma de tratados o
treguas, entre otras.
Eran
los heraldos y reyes de armas los encargados de dar publicidad al torneo, y el
heraldo pasaba de castillo en castillo, llevando cartas y carteles a los
adalides de más nombre y convidaba a todos los valientes que se encontraba en
el camino. El día del evento había una gran expectación en el lugar elegido. Se
preparaban todos para acudir al sitio señalado desplegando, según sus clases y
posición, gran lujo en vestimentas, trajes, caballos, adornos, armas, etc. Dada
la señal de comienzo al son de instrumentos marciales que alegraban los ánimos
de los allí concertados, las fanfarrias, se presentaban los caballeros en la
liza con numeroso séquito. Eran muy divertidos y la gente se entretenía
viéndolo.
No hay acuerdo entre diversos autores acerca del
origen del Torneo. Durante
la Edad Media, la guerra tuvo
una importancia fundamental, tanto a nivel político como social. El caballero
gozaba de un estatus privilegiado en la pirámide feudal. Los aspirantes a
caballeros se entrenaban en simples ejercicios con lanza o incluso en combates
con otros aprendices, en lo que se conoce como lucha de bohordos. Una vez
armados, los caballeros proseguían su entrenamiento
durante toda su vida militar,
por lo que se hizo necesario crear las condiciones más reales posibles para que
la preparación fuese realmente eficaz y no decayese en los periodos de paz.
Aunque hubo
antecedentes, fue durante el siglo XI
cuando aparecieron los torneos, combates
a caballo en que los caballeros se enfrentaban entre sí armados con
lanzas a lo largo de diferentes rondas.
Parece ser que fue Godefroy II, Señor de Preville, quien escribió un tratado de normas que fue ampliamente
utilizado en Alemania, Inglaterra, Italia y los reinos peninsulares de Hispania.
Su finalidad fue evolucionando con el transcurso de los siglos, pasando de ser
un medio de promoción para caballeros pobres o de prestigio para los más
poderosos, y entrenamiento frente a contingencias militares, a tener en los
siglos XIV y XV un carácter más lúdico y de espectáculo para disfrute, en
primer lugar, de la nobleza y, en último extremo, de entretenimiento para el
pueblo llano.
Las leyes del torneo eran simples y bien
definidas: no herir de punta al contrario con su mano; no pelear fuera de
filas; no pelear varios caballeros contra uno solo; no herir al caballo del
rival; descargar sólo los golpes al rostro y pecho del rival y, por último, no
herir al caballero que se alzara la visera.
Diversos caballeros
conocedores de las reglas hacían las funciones de jueces, supervisaban el
correcto estado de las armas y tomaban juramento a los participantes sobre su
noble comportamiento; otra figura importante era el rey de armas, encargado de
anunciar a los distintos contendientes.
Los caballeros tenían
que especificar su linaje, pues sólo podían enfrentarse entre sí los de un
mismo nivel, y situar su estandarte en el campo.
Las
damas elegían un juez de paz para recordar la clemencia cuando por alguna falta
de cortesía o violación de las leyes de caballería un combatiente se veía
rodeado de varios contrarios. El vencido y las armas de éste quedaban a disposición del
vencedor. Los vencedores eran saludados con frenéticas aclamaciones y con
prolongados aplausos al compás de marchas marciales. Los triunfadores eran
conducidos a recibir de mano de los jueces o de las damas el justo premio de su
victoria. Los premios ofrecidos se ponían a los pies de las damas elegidas por
cada caballero.
Para
terminar se realizaba un banquete en la que los caballeros participantes en el
evento eran colmados de atenciones.
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Caballeros medievales |
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Enrique II de Francia |
El rey Enrique II de Francia, falleció durante un torneo.
Los torneos fueron desapareciendo poco a poco a
finales de la Edad Media, para extinguirse durante el siglo XVI, aunque todavía
siguieron celebrándose excepcionalmente en épocas más recientes. Los últimos de
que se tiene noticia fueron ya a finales del siglo XIX, en Barcelona, España y en Eglington, Inglaterra. Actualmente se celebran representaciones de torneos con carácter
turístico y de espectáculo, en castillos y centros históricos medievales de
toda Europa.
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