domingo, 6 de enero de 2013

Felipe IV



Estatua ecuestre de Felipe IV frente al palacio Real

Una de las maravillas de Madrid es la estatua ecuestre de Felipe IV en bronce que debía presidir la entrada del Palacio Real y que se encuentra en la Plaza de Oriente sobre un pedestal tardío de la época de Isabel II. La altura hace que la escultura se engrandezca pero que se pierda su impresionante movimiento. En ella el rey a caballo con la bengala de mando en la mano derecha, mira hacia el centro de Madrid.
Felipe IV de Austria  o de Habsburgo, nació en Valladolid el 8 de abril de 1605, es llamado el Grande o el Rey Planeta. Fue uno de los reyes de España con reinado más largo, concretamente  de 44 años y 170 días, pues accedió al trono el 31 de marzo de 1621, hasta su muerte, el 17 de septiembre de 1665 en Madrid. También fue rey de Portugal hasta la independencia de este reino en 1640.
Felipe IV, quiso tener una estatua que superara a la que tenía su padre y es la que hoy puede contemplarse en la Plaza Mayor de Madrid. Pero quiso que esta estatua fuera algo especial, lo nunca visto hasta entonces y, quiso también, que la hiciera el mismo escultor que realizó la célebre estatua de su padre,  Felipe III.

Para cumplir este empeño, Felipe IV contó con su pintor de corte, nada más y nada menos que Velázquez, el cual hizo el boceto de la escultura, muy parecido al retrato ecuestre que él pintó del rey y que se exhibía, junto con los de sus padres, Felipe III y Margarita de Austria y los de su esposa Isabel de Borbón y su heredero, el príncipe Baltasar Carlos, en el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro.
Deseó que su estatua fuera también ecuestre, pero para pasmo de todos, no la quiso al uso de la época, pues la concibió con el caballo al galope, teniendo éste las patas delanteras en el aire, lo que suponía un enorme reto tecnológico.
Tacca, el escultor italiano al que le hicieron el encargo, desde un primer momento se dio cuenta de  la dificultad  que entrañaba una escultura así, con un caballo elevado sobre sus dos patas traseras como único apoyo de todo el conjunto. El problema de Tacca era el equilibrio de la escultura y, para abordar el problema, consultó con Galileo Galilei, la persona que entonces sabía más de movimientos pendulares, centros de gravedad y equilibrio de cuerpos suspendidos. El consejo fue que la escultura tuviera dos partes: la parte trasera maciza y la delantera hueca con el menor grosor posible del bronce, consiguiendo de esta manera que el conjunto mantuviera el equilibrio.
Retrato ecuestre de Felipe IV, pintado por Velázquez
Una vez concluido el boceto,  tal empeño lo materializó el Conde Duque de Olivares, dando la orden expresa de que al monarca se le representara montado sobre un caballo encabritado y andando en corveta. Se envía, el boceto, a Florencia, lugar de residencia del maestro Tacca, el mismo artífice que hizo la escultura de su padre.

Una vez resuelta la dificultad tecnológica, el escultor envía a Madrid una réplica en barro de la escultura, pero al rey no le gustó la cabeza, pues creía que no se le parecía y que no tenía la suficiente majestad.
Velázquez, que sabe de la dificultad de modelar un rostro a partir de una pintura, busca una solución y le encarga a Martínez Montañés, gran escultor sevillano, amigo del pintor y paisanos, la escultura de la cabeza del rey y, una vez aprobada por él mismo, mandarla a Tacca.

Martínez Montañès esculpiendo el busto del rey
Montañés tardó seis meses en terminar la obra de modelado de la cabeza de Felipe IV, pero fue un éxito. El monarca dio su visto bueno y el modelo partió para Florencia, al taller de Tacca, donde se terminó el conjunto el mismo año de su muerte 1640, por los que algunos afirman, que pudo concluirla su hijo. El proyecto tardó seis años en llevarse a cabo.

Al año siguiente, la estatua, entraba en Madrid siendo colocada en uno de los patios del Palacio del Buen Retiro, aunque este no fue su lugar definitivo, pues ha recorrido varios emplazamientos: el Alcázar, otra vez el Retiro, y hoy día, la Plaza de Oriente, donde Isabel II la mandó colocar.
Los diversos traslados originaron que su colocación fuera motivo para que varias cancioncillas  se propagaran por la corte:



La carne, el año pasado,
valía a sólo catorce;
el pan no vale a sus once,
y en éste, no se ha bajado
más que el caballo de bronce.

Pero en este conjunto monumental de la Plaza de Oriente, no sólo podemos contemplar la estatua, también hay un conjunto escultórico que la rodea. En este conjunto trabajaron grandes artistas del siglo XIX como fueron los escultores de cámara de la reina Isabel: Francisco Elías Vallejo y José Tomás y otros maestros que terminaron el conjunto en 1843. Hoy se puede ver un alto pedestal decorado con bajorrelieves y figuras alegóricas, incluso la representación de los ríos Henares y Manzanares.



Como curiosidad podemos decir que esta escultura es conocida como la de los tres genios: Tacca, Velázquez y Galileo, aunque debería llamarse de los cuatro genios, pues olvidan a Martínez Montañés. Además  es la primera estatua ecuestre del mundo en la que el caballo sólo está apoyado sobre sus patas traseras. Está considerada la estatua ecuestre mejor de España y está entre las 3 mejores del mundo por su calidad excepcional.


Felipe IV es considerado uno de los Austrias menores, aunque hoy en día este calificativo está en revisión. Durante la primera etapa de su reinado compartió la responsabilidad de los asuntos de Estado con el Conde Duque de Olivares, quien realizó una enérgica política exterior que buscaba mantener la hegemonía española. Tras la caída de Olivares, se encargó personalmente de los asuntos de gobierno, ayudado por cortesanos muy influyentes. Los exitosos primeros años de su reinado auguraron la restauración de la preeminencia universal de los Habsburgo, pero la guerra constante de la Europa protestante y la católica Francia contra la católica España condujeron al declive y ruina de la Monarquía Hispánica, que hubo de ceder la hegemonía en Europa a la pujante Francia, así como reconocer la independencia de Portugal.
Algo menos conocido de su reinado es que luchó contra la corrupción del reinado anterior. Mediante un decreto obligó a hacer un inventario de la fortuna de aquellas personas que desempeñasen cargos públicos y de relevancia. También favoreció el aumento de la demografía. Apostó por la educación, creando el Colegio Real de Madrid en 1629 y otras instituciones dirigidas principalmente por jesuitas. Además firmó decretos para abolir la prostitución en todos los territorios del reino.
Se recurrió a la introducción de nuevos impuestos a la Corona, repartidos de manera más equitativa. La monarquía española de Felipe IV se vio envuelta en una recesión económica que afectó toda Europa, y que en España se notó más por la necesidad de mantener una costosa política exterior. Esto llevó a la subida de los impuestos, al secuestro de remesas de metales preciosos procedentes de las Indias, a la venta de juros y cargos públicos, a la manipulación monetaria, etc. Todo con tal de generar nuevos recursos que pudiesen paliar la crisis económica.
A principios del mes de septiembre de 1665, el rey comenzó a sentirse mal  enfermando de disentería, de resultas de la cual, falleció el 17 del mismo mes. Fue enterrado en la Cripta Real del Monasterio de El Escorial, tal como él mismo había dispuesto en su testamento.
Felipe IV fue hombre de gran cultura y mecenas de las artes; se le considera el mayor coleccionista de pinturas del siglo XVII.
Según un cronista de la época, “sus acciones y ocupaciones son siempre las mismas y marcha con paso tan igual que, día por día, sabe lo que hará toda su vida. Tiene sus horas para la audiencia extranjera y del país, y para firmar cuanto concierne al despacho de sus asuntos y al empleo de su dinero, para oír misa y para tomar sus comidas, y me han asegurado que, ocurra lo que ocurra, permanece fijo en este modo de obrar. . Los que se acercan aseguran que, cuando le han hablado, no le han visto jamás cambiar de asiento o de postura; que los recibía, los escuchaba y les respondía con el mismo semblante, no habiendo en su cuerpo nada movible salvo los labios y la lengua”.
Por debajo de esta imagen oficial, hierática, Felipe IV siguió siendo un hombre de carne y hueso, apasionado de las artes, en especial de la pintura y el teatro, inteligente, muy culto y lleno de ganas de vivir, aficionado a la caza, a los toros y a las mujeres, destacando entre todas las cosas su predilección por ellas.

El caballo en el Arte

Carro solar de Trundholm
El caballo es, sin duda alguna, uno de los animales que encierra más elegancia tanto por su alzado como por la simetría que establecen sus cuatro patas y por la forma cerrada, casi geométrica, de su envergadura, sólo alterada por la prolongación de cuello y cabeza, de una parte, y de la cola, por otra. El equino ha sido, a lo largo del tiempo, el más característico elemento de representación tanto de reyes como de nobles, la palabra caballero deriva de caballo, resultando además fundamental tanto en las guerras de pasadas épocas como también en la caza, la otra actividad principal de monarcas y señores.
Pinturas rupestres
La representación del caballo en el arte no es nueva pues se remonta a la prehistoria donde encontramos  abundantes representaciones de caballos peludos que, junto a otros animales, aparecen grabados y, sobre todo, pintados en las paredes de muchas cuevas donde aparecen por lo general ubicadas en la parte más profunda de ellas, convertida en santuarios, por lo que cabe deducir que, sin que estén ajenas algunas preocupaciones de carácter artístico, fueron utilizadas más que nada con una intención mágica propiciatoria de la caza que era el único sustento del hombre del Paleolítico. También hay ejemplos, aunque escasos, de representaciones de caballos en escultura.
En tiempos neolíticos como es bien sabido, tras la caza surgen la ganadería y la agricultura y el hombre se sirve del caballo como animal de tiro y transporte. Así se muestra en algunas representaciones de carácter religioso realizadas entre los celtas, como el célebre carro solar de Trundholm. Y más tarde, cuando las guerras se generalizaron, el carro y el caballo resultaron esenciales, abundando las representaciones en fíbulas y broches etc.
En el mundo egipcio, son numerosas las representaciones de caballos en las escenas de guerras o cacerías que aparecen en los relieves decorativos de los templos, unas veces trabajadas con la peculiar perspectiva caballera y otras de modo frontal grabadas en huecorrelieves.
Guerreo Asirio
En Mesopotamia, encontramos algunas de las mejores manifestaciones de caballos de todo el mundo antiguo, sobre todo las que fueron llevadas a cabo por los asirios entre los siglos IX y VII antes de Cristo, en cuyos relieves abundan los carros de caballos empleados tanto para la caza como para la guerra.
En Grecia, en donde las formas artísticas evolucionaron desde la tosquedad de las formas arcaicas hasta la sublime perfección del momento clásico de los siglos V y IV antes de Cristo. Es claro el tránsito de los caballos, desde los jacos y jamelgos a auténticos corceles. Así, desde las esquemáticas representaciones de caballos que figuran en las escenas funerarias tan frecuentes en la cerámica de la etapa geométrica hasta las que, con figuras "negras" y luego "rojas" se desarrollaron a lo largo del momento arcaico, manteniendo un esquematismo semejante al que evidencian los caballos que decoraban los frontones del templo de Zeus en Olimpia. El Partenón cuenta con algunas de las más bellas representaciones de caballos de todos los tiempos.
Caballos del Partenón
En el arte chino destacó Han Gan como pintor de caballos de la dinastía Tang. Los míticos caballos celestiales o caballos de Fergana, importados del Asia Central, fueron muy representados en la  cerámica china. El primer emperador chino construyó un ejército de terracota con representación de caballos.
Las representaciones ecuestres en el arte medieval, aunque no poco frecuentes, abandonaron la tradición clásica, que no se recuperó hasta el Renacimiento, con Donatello y Verrochio o los de los grabados de Durero y Cranach dieron inicio a una revitalizada tradición pictórica que se desarrolló durante todo el arte de la Edad Moderna. Además del retrato ecuestre escultórico y pictórico, surgió incluso el tema del caballo como representación exclusiva o motivo artístico.
En América no existen representaciones de caballos, pues estaban extintos hasta la llegada de los españoles.
Caballo de Picasso
Picasso
En la edad Contemporánea, las diversas tendencias artísticas han seguido con la representación del caballo de diferentes puntos de vista; realista, esquemático…

No hay comentarios:

Publicar un comentario